ABOUT
Llegué a México en 1967, con una Hasselblad. Había salido de un pequeño pueblo de Lorena al noreste de Francia para dar la vuelta al mundo; pero ni el amplio paisaje de Canadá o el de Estados Unidos me prepararon de manera suficiente para la primera mañana en San Luis Potosí: la gente sentada en el piso ofrecía comida fresca al pie de la ventana de mi autobús, entre colores, olores y palabras nuevas.
Mi segunda parada fue el Distrito Federal, en donde mi viaje al mundo se transformó en una estancia que hasta hoy ha durado más de cuarenta años. Al principio de mi carrera, me dediqué a la fotografía de deportes dentro de la delegación de fotógrafos del Comité Olímpico Mexicano. Posteriormente, trabajé en ilustración comercial y en publicidad. Pero la línea de mi trabajo se fue dirigiendo poco a poco hacia la fotografía editorial.
Un buen día Mario Vásquez, quien era, si recuerdo bien, el museógrafo del Museo Nacional de Antropología, me invitó a fotografiar una serie de piezas que se iban a Italia. Las piezas se tenían que tomar de inmediato ya que al día siguiente se empacaban.
Ese fue el inicio de mi trabajo con las obras artísticas mexicanas, y también con la premura y precisión con la que siempre, o casi siempre, se tienen que realizar los trabajos editoriales.
Al mismo tiempo trabajé sin ningún patrocinador con Teresa Castelló en la ilustración del libro Reminiscencia de la Comida Prehispánica, que mostraba la amplia variedad de productos comestibles que había en los mercados de México a la llegada de los españoles en el siglo XVI.
Este libro fue mi primer proyecto editorial, que Fernando Gamboa, a la cabeza de Fomento Cultural BANAMEX editó y reeditó varias veces.
Desde ese entonces hasta ahora, con más ciento cincuenta libros y catálogos que he ilustrado total o parcialmente, he podido establecer una conexión entre todas esas obras mexicanas que, aunque distintas en su materia y temporalidad, tienen un elemento común que trasciende el tiempo: la calidad de la cultura que las produjo y las sigue produciendo.
Siempre llamó mi atención esa calidad, que permite la aproximación a la mano del artista y contiene la esencia de cada obra. Esas observaciones enriquecieron mi ejercicio diario con la fotografía, en el que siempre trato de respetar cualquier obra, con una búsqueda constante de los ángulos, de la luz adecuada, en un intento por revelar el alma de lo que fotografío.
Fueron muchas las equivocaciones, los desvíos, los esfuerzos que se desbordaron y sin embargo, gracias a todo aquello, puedo decir que hay ejemplos muy afortunados de resultados que en su momento me dejaron satisfecho.
Los trabajos terminaron pero la búsqueda continúa, y aquí quisiera referirme a un texto de mi amigo Peter Brook, quien sugiere que
Y cito:
“Hoy en día, la calidad es una palabra muy utilizada, pero también envilecida, muy degradada. Hasta podría decirse que ha perdido su calidad. Y sin embargo, vivimos toda nuestra existencia como si supiéramos intuitivamente lo que quiere decir” […]
cierro cita.
Si bien yo tampoco puedo definir la calidad con precisión, sé que hay una verdadera alegría en la calidad encontrada y un verdadero sufrimiento en la calidad traicionada: estas dos experiencias son los motores que constantemente renuevan mi búsqueda profesional y personal.
Quisiera ahora mencionar algo que parece obvio, pero que no creo que incluso hoy, con todos los avances tecnológicos y los bombardeos de imágenes mediáticos, sea comprendido en toda su relevancia y totalidad: se trata de la importancia de la imagen.
Ya los chinos lo dijeron: una imagen vale más que mil palabras, quizá faltó añadir al aforismo: una imagen de calidad vale más que mil palabras.
La opción de tomar miles y miles de fotografías con todos los medios imaginables y más, -cámaras analógicas, digitales, teléfonos celulares, ipads, etc.- efectivamente produce una cantidad ilimitada de imágenes, ¿pero cuántas de ellas valen más que mil palabras?. Pareciera que la cantidad prevalece en importancia.
En mi trayecto he visto un considerable número de fotografías que no abordan con respeto a los objetos: (mala iluminación, fondos inadecuados, distorsiones, increíbles retoques de photoshop, por no hablar de los problemas de reproducción), una buena foto mal reproducida equivale a una mala foto. El cuidado de todo el proceso también es parte del trabajo.
Es así que en el tiempo que llevo en México como fotógrafo profesional, formé un considerable acervo de imágenes de las obras que tomé para ilustrar libros, catálogos, herramientas de difusión y divulgación cultural. Esas fotografías también documentaron el proceso de mi búsqueda. Quisiera pensar que algunas de ellas la coronaron.
Michel Zabé.
Ciudad de México, Octubre, 2016.